domingo, 8 de enero de 2012

Desafío día 8

Buenas noches amiguitos imaginarios.
Hoy a la tarde, (bien tarde por el calor), llevé a mis hijas a la plaza Garay.
Cuando yo era chica, mientras mis papás trabajaban, mi abuelo Mateo me llevaba a esa misma plaza.
En mis recuerdos era un lugar mágico, especial.
La calesita era un mundo de fantasía donde los caballitos subían, casi hasta tocar el cielo, y bajaban.
Recuerdo estirar mi brazo para sacar la sortija, y cuando lo hacía, me sentía la reina del mundo.
Saludaba a mi abuelo en cada vuelta, y el me sonreía paciente y feliz.
Lamentablemente esos recuerdos no se perecen ni un poquito a lo que vi hoy.
La calesita ya no existe, los juegos estaban rotos, la arena sucia...
¿Por qué los adultos hacemos esas cosas? ¿No tenemos ni un poquito de instinto de conservación?
Nuestros hijos se merecen las experiencias que tuvimos nosotros.
Ellos tienen otras, más modernas y tecnológicas.
Experiencias que son muy divertidas pero que no se comparan ni un poquito al vientito que nos despeinaba en la calesita, el vértigo en la panza cuando subía y bajaba el caballo de madera, los castillos de arena y las vueltas en bicicleta.
Mis hijas y todos deben poder jugar. Es un derecho.
Desafío: Permitirles ser chicos e imaginar. No sólo les demos juegos pensados por programadores, dejemos que ellos programen sus juegos.
El aire, el pasto, la arena, la plaza son suyas...
No ensuciemos ni rompamos su niñez.

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